LA SEGUNDA PRESIDENCIA (2da parte)
No bombardeen Buenos Aires
Para los adversarios de Perón, los años peronistas fueron aquellos en los que tuvo lugar, en una medida hasta allí desconocida, el cercenamiento de las libertades públicas y del pluralismo político por la acción de un liderazgo y un movimiento que se concibieron a si mismos como la encarnación de la voluntad nacional.
Aprovechando las oportunidades que ofreció el breve ciclo de prosperidad de la posguerra, Perón puso al alcance de los trabajadores niveles de vida y expectativas sociales que hicieron de ellos componentes principales de la sociedad y la economía que crecieron sobre esos cimientos.
Esa experiencia de ascenso social y el papel patagónicos que alcanzaron a través de sus organizaciones sindicales hizo surgir en los trabajadores una capacidad de intervención política y social que adquirió vida propia, aún después que comenzaron a debilitarse las circunstancias extraordinarias que la habían hecho posible.
El 16 de junio un sector de la Marina y la Fuerza Aérea se alzó en rebeldía, bombardeando y ametrallando la Casa de Gobierno y sus alrededores. Advertido a tiempo, Perón encontró un refugio seguro y salió ileso. Los grupos de trabajadores que acudieron a la Plaza de Mayo para apoyar a su líder y los transeúntes que se encontraban allí no tuvieron la misma suerte; entre ellos se contaron unos 300 muertos y 600 heridos. Esa noche, sofocado el movimiento insurgente, ardieron las principales iglesias del centro de la ciudad, luego de ser saqueadas por fuerzas de choque peronistas.
Perón lanzó una política de conciliación. El estado de sitio fue levantado, cesaron los ataques a la Iglesia y se sustituyeron las figuras del gabinete asociadas a ellos, los dirigentes de la oposición fueron invitados a discutir una tregua.
Este llamado a la pacificación no tuvo, empero, el eco esperado. El fracaso de la tregua llevó a Perón a tomar otra decisión. El 31 de agosto, en una carta dirigida al Partido Peronista y la CGT, comunicó su decisión de abandonar el gobierno para garantizar el éxito de la pacificación.
Como era previsible, la central sindical organizó una gran demostración de apoyo y la plaza de mayo asistió a una nueva edición del 17 de octubre de 1945.
Perón comunicó a la muchedumbre que retiraba su renuncia y pronunció el discurso más violento de toda su carrera política "a la violencia le hemos de responder con una violencia mayor; cuando uno de los nuestro caiga caerán cinco de ellos. Hoy comienza para todos nosotros una vigilia de armas".
Esta inesperada declaración de guerra no tuvo consecuencias entre sus partidarios, pero termino de convencer a muchos militares todavía indecisos sobre qué hacer. El 16 de septiembre se produjo finalmente el alzamiento militar. Luego de cinco días, durante los cuales las fuerzas leales a Perón, superiores en número, no mostraron voluntad de luchar, las tropas rebeldes se impusieron. Perón entre tanto, buco asilo en la embajada de Paraguay, dando comienzo a un largo exilio.
El 23 de septiembre, mientras la CGT reclamaba a los trabajadores conservar la calma, otra multitud llenó la plaza de mayo, ahora para aclamar al nuevo Presidente, el general Eduardo Lonardi, y celebrar el fin de la década peronista.
Perón lanzó una política de conciliación. El estado de sitio fue levantado, cesaron los ataques a la Iglesia y se sustituyeron las figuras del gabinete asociadas a ellos, los dirigentes de la oposición fueron invitados a discutir una tregua.
Este llamado a la pacificación no tuvo, empero, el eco esperado. El fracaso de la tregua llevó a Perón a tomar otra decisión. El 31 de agosto, en una carta dirigida al Partido Peronista y la CGT, comunicó su decisión de abandonar el gobierno para garantizar el éxito de la pacificación.
Como era previsible, la central sindical organizó una gran demostración de apoyo y la plaza de mayo asistió a una nueva edición del 17 de octubre de 1945.
Perón comunicó a la muchedumbre que retiraba su renuncia y pronunció el discurso más violento de toda su carrera política "a la violencia le hemos de responder con una violencia mayor; cuando uno de los nuestro caiga caerán cinco de ellos. Hoy comienza para todos nosotros una vigilia de armas".
Esta inesperada declaración de guerra no tuvo consecuencias entre sus partidarios, pero termino de convencer a muchos militares todavía indecisos sobre qué hacer. El 16 de septiembre se produjo finalmente el alzamiento militar. Luego de cinco días, durante los cuales las fuerzas leales a Perón, superiores en número, no mostraron voluntad de luchar, las tropas rebeldes se impusieron. Perón entre tanto, buco asilo en la embajada de Paraguay, dando comienzo a un largo exilio.
El 23 de septiembre, mientras la CGT reclamaba a los trabajadores conservar la calma, otra multitud llenó la plaza de mayo, ahora para aclamar al nuevo Presidente, el general Eduardo Lonardi, y celebrar el fin de la década peronista.
Ante el escribano mayor de gobierno, Dr. Jorge Garrido, jura el general Eduardo Lonardi Doucet como presidente de la República Argentina. 23 de setiembre de 1955.
Para los adversarios de Perón, los años peronistas fueron aquellos en los que tuvo lugar, en una medida hasta allí desconocida, el cercenamiento de las libertades públicas y del pluralismo político por la acción de un liderazgo y un movimiento que se concibieron a si mismos como la encarnación de la voluntad nacional.
Aprovechando las oportunidades que ofreció el breve ciclo de prosperidad de la posguerra, Perón puso al alcance de los trabajadores niveles de vida y expectativas sociales que hicieron de ellos componentes principales de la sociedad y la economía que crecieron sobre esos cimientos.
Esa experiencia de ascenso social y el papel patagónicos que alcanzaron a través de sus organizaciones sindicales hizo surgir en los trabajadores una capacidad de intervención política y social que adquirió vida propia, aún después que comenzaron a debilitarse las circunstancias extraordinarias que la habían hecho posible.
fuente: Los años Peronistas (1943-1955), Juan Carlos Torre, Ed. Sudamericana, Buenos Aires
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