Las Revoluciones Hispánicas: Independencias Americanas y Liberalismo Español
Lógicas y ritmos de las revoluciones hispánicas Francois-Xavier Guerra
Ningún proceso revolucionario de gran amplitud puede reducirse a una explicación simple en términos de causas y efectos. Cualquiera de estos procesos puede analizarse en tres niveles diferentes. Un primer nivel, clásico, es el de las causas estructurales y coyunturales. El tercer nivel es el de los resultados, el del análisis de la situación final. Sólo entonces se puede llegar a una inteligibilidad global, ya que en él se revelan los actores sociales y políticos, sus referencias culturales, la estructura y las reglas del campo político.
UNA CRISIS REPENTINA
Todo empieza por las abdicaciones de Bayona, que abrieron la gran crisis de la monarquía y que fueron el comienzo del proceso revolucionario. La abdicación forzada no sólo del rey Fernando VII, sino la de todos los miembros de la familia real y la transferencia de la corona a Napoleón y luego a su hermano José.
Este se trata de un acto de fuerza pura, ejercido no sobre un enemigo vencido, sino sobre un aliado es decir, de una traición. De ahí el rechazo casi unánime del usurpador en España y en América y su corolario, la acefalía del poder política. Como lo expresan con metáforas orgánicas los escritos de la época, al ser el rey la cabeza del cuerpo político, su desaparición es el mal supremo.
Es esta acefalía repentina la que explica el carácter cataclísmico de la crisis, que contrasta con lo que sucede en el Imperio portugués. En este, la instalación del rey y de la corte en Río de Janeiro para escapar de la invasión militar evita la acefalía política.
En la España peninsular el actor principal fue el pueblo de las ciudades, dirigido por una parte de las elites urbanas. El rechazo hacia el nuevo monarca y la proclamación de la fidelidad a Fernando VII "el deseado" y la formación de juntas insurreccionales encargadas de gobernar en su nombre y de luchar contra el invasor.
Y lo mismo ocurrirá en América cuando van llegando las noticias de la Península: rechazo del invasor. Manifestaciones nunca vistas de fidelidad al rey, explosión de patriotismo español, solidaridad con los patriotas españoles. Las semejanzas entre España y América son considerables, tanto a los actores, ciudades como la manera de pensar la Monarquía, más allá del lenguaje y los valores que expresa. De ahí también la dificultad que experimentarán los independistas para prescindir de la llamada "máscara" de Fernando VII, ya que no se trata sólo de eliminar una figura simbólica, sino de mucho más: de romper un juramento que compromete a cada individuo. De ahí, en fin, la dificultad que los americanos comparten con los liberales españoles, de pasar de la fidelidad a una personas singular a la lealtad hacia una entidad abstracta, ya sea ésta la Constitución o la Nación.
Una de las características de la reacción patriótica fue, junto a su carácter espontáneo, la manera dispersa en que se produjo. Cada ciudad, cada pueblo tuvo que reaccionar solo; en la mayoría de los casos, sin saber cómo iban a reaccionar los demás.
Diríase que los habitantes de la monarquía se descubren "nación" por esta unidad de sentimientos y de voluntades.
Los americanos añaden una visión dual, puesto que agrupan los reinos de los don continentes en dos unidades: los "dos mundos de Fernando VII", los "Dos pilares de la Monarquía"o, incluso, "Los dos pueblo", el europeo y el americano, que juntos forman la nación española. No se trata, en esta época de patriotismo hispánico exaltado, de una precoz tentativa de emancipación, sino de una manifestación de ese patriotismo: salvar el pilar americano de la Monarquía, ya que se piensa que se ha perdido el europeo.
DEL ABSOLUTISMO A LA REPRESENTACIÓN
La consecuencia de las abdicaciones reales más inmediata, la más importante a largo plazo fue el hundimiento del absolutismo. Si el rey faltaba, la soberanía volvía a la nación, al reino, a los pueblos...
Por las circunstancias mismas de la crisis y sin que nadie se lo propusiera la soberanía recae repentinamente en la sociedad. Lo que la Revolución francesa había obtenido en una larga pugna contra el rey se obtiene en su nombre y sin combate en la Monarquía Hispánica. Para la inmensa mayoría no se trata todavía más que de algo provisional en espera del retorno del soberano, y habrá que esperar la reunión de las Cortes en 1810 para que sea proclamada solemnemente la soberanía de la nación.
A partir de la primera época de los levantamientos deja definitivamente de existir en todo el mundo hispánico el absolutismo como algo comúnmente aceptado.
A mediados del siglo XVIII las elites ilustradas peninsulares tendían a considerar a los reinos de Indias no como reinos y provincias de ultramar, sino como colonias, es decir, como territorios que no existen más que para el beneficio económico de su metrópoli y carentes de derechos políticos propios. Esta nueva visión implicaba igualmente que América no dependía del rey, como los otros reinos, sino de una metrópoli, la España peninsular...
El debate sobre la igualdad política entre los dos continentes va a concretarse en dos problemas principales surgidos del renacer de la representación y que van a ser las causas primordiales de la ruptura: el derecho para los americanos de constituir sus propias juntas y la igualdad de representación en los poderes centrales de la Monarquía: en la Junta Central primero, en las Cortes después.
El problema de la representación estaba en la base misma del proceso revolucionario.
En España, las juntas eran una forma improvisada de representación popular. Por ello, se empezó en seguida a debatir sobre la reunión de Cortes generales a las que por tradición correspondía la representación del "reino".
Dolidos por la desigualdad de representación con la España peninsular, los americanos no parecieron estarlo por la forma tradicional de la representación. Todos los cabildos estuvieron ocupados en la elección de sus diputados, nueve frente a 26 de la Península.
Para que la modernidad triunfase hacía falta una profunda mutación ideológica de las elites intelectuales.
UNA CRISIS REPENTINA
Todo empieza por las abdicaciones de Bayona, que abrieron la gran crisis de la monarquía y que fueron el comienzo del proceso revolucionario. La abdicación forzada no sólo del rey Fernando VII, sino la de todos los miembros de la familia real y la transferencia de la corona a Napoleón y luego a su hermano José.
Este se trata de un acto de fuerza pura, ejercido no sobre un enemigo vencido, sino sobre un aliado es decir, de una traición. De ahí el rechazo casi unánime del usurpador en España y en América y su corolario, la acefalía del poder política. Como lo expresan con metáforas orgánicas los escritos de la época, al ser el rey la cabeza del cuerpo político, su desaparición es el mal supremo.
Es esta acefalía repentina la que explica el carácter cataclísmico de la crisis, que contrasta con lo que sucede en el Imperio portugués. En este, la instalación del rey y de la corte en Río de Janeiro para escapar de la invasión militar evita la acefalía política.
En la España peninsular el actor principal fue el pueblo de las ciudades, dirigido por una parte de las elites urbanas. El rechazo hacia el nuevo monarca y la proclamación de la fidelidad a Fernando VII "el deseado" y la formación de juntas insurreccionales encargadas de gobernar en su nombre y de luchar contra el invasor.
Y lo mismo ocurrirá en América cuando van llegando las noticias de la Península: rechazo del invasor. Manifestaciones nunca vistas de fidelidad al rey, explosión de patriotismo español, solidaridad con los patriotas españoles. Las semejanzas entre España y América son considerables, tanto a los actores, ciudades como la manera de pensar la Monarquía, más allá del lenguaje y los valores que expresa. De ahí también la dificultad que experimentarán los independistas para prescindir de la llamada "máscara" de Fernando VII, ya que no se trata sólo de eliminar una figura simbólica, sino de mucho más: de romper un juramento que compromete a cada individuo. De ahí, en fin, la dificultad que los americanos comparten con los liberales españoles, de pasar de la fidelidad a una personas singular a la lealtad hacia una entidad abstracta, ya sea ésta la Constitución o la Nación.
Una de las características de la reacción patriótica fue, junto a su carácter espontáneo, la manera dispersa en que se produjo. Cada ciudad, cada pueblo tuvo que reaccionar solo; en la mayoría de los casos, sin saber cómo iban a reaccionar los demás.
Diríase que los habitantes de la monarquía se descubren "nación" por esta unidad de sentimientos y de voluntades.
Los americanos añaden una visión dual, puesto que agrupan los reinos de los don continentes en dos unidades: los "dos mundos de Fernando VII", los "Dos pilares de la Monarquía"o, incluso, "Los dos pueblo", el europeo y el americano, que juntos forman la nación española. No se trata, en esta época de patriotismo hispánico exaltado, de una precoz tentativa de emancipación, sino de una manifestación de ese patriotismo: salvar el pilar americano de la Monarquía, ya que se piensa que se ha perdido el europeo.
DEL ABSOLUTISMO A LA REPRESENTACIÓN
La consecuencia de las abdicaciones reales más inmediata, la más importante a largo plazo fue el hundimiento del absolutismo. Si el rey faltaba, la soberanía volvía a la nación, al reino, a los pueblos...
Por las circunstancias mismas de la crisis y sin que nadie se lo propusiera la soberanía recae repentinamente en la sociedad. Lo que la Revolución francesa había obtenido en una larga pugna contra el rey se obtiene en su nombre y sin combate en la Monarquía Hispánica. Para la inmensa mayoría no se trata todavía más que de algo provisional en espera del retorno del soberano, y habrá que esperar la reunión de las Cortes en 1810 para que sea proclamada solemnemente la soberanía de la nación.
A partir de la primera época de los levantamientos deja definitivamente de existir en todo el mundo hispánico el absolutismo como algo comúnmente aceptado.
A mediados del siglo XVIII las elites ilustradas peninsulares tendían a considerar a los reinos de Indias no como reinos y provincias de ultramar, sino como colonias, es decir, como territorios que no existen más que para el beneficio económico de su metrópoli y carentes de derechos políticos propios. Esta nueva visión implicaba igualmente que América no dependía del rey, como los otros reinos, sino de una metrópoli, la España peninsular...
El debate sobre la igualdad política entre los dos continentes va a concretarse en dos problemas principales surgidos del renacer de la representación y que van a ser las causas primordiales de la ruptura: el derecho para los americanos de constituir sus propias juntas y la igualdad de representación en los poderes centrales de la Monarquía: en la Junta Central primero, en las Cortes después.
El problema de la representación estaba en la base misma del proceso revolucionario.
En España, las juntas eran una forma improvisada de representación popular. Por ello, se empezó en seguida a debatir sobre la reunión de Cortes generales a las que por tradición correspondía la representación del "reino".
Dolidos por la desigualdad de representación con la España peninsular, los americanos no parecieron estarlo por la forma tradicional de la representación. Todos los cabildos estuvieron ocupados en la elección de sus diputados, nueve frente a 26 de la Península.
Para que la modernidad triunfase hacía falta una profunda mutación ideológica de las elites intelectuales.
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